sábado, 11 de enero de 2014

Nombre simbolico

En palabras de René Guenón es consecuencia lógica inmediata de la iniciación, en tanto que segundo nacimiento, que el iniciado reciba un nombre nuevo, distinto de su nombre profano. Este mensaje me fue transmitido hace varias décadas. Durante una convención de una orden hermana, entablé amistad con Georges Hubber, un alemán  residente en el Uruguay. Mantuve correspondencia durante un largo tiempo con él, lamentablemente hace años perdí contacto, tal vez haya ya pasado al Oriente Eterno, por entonces contaba con  unos 70 años. En su correspondencia me recordaba siempre que investigara la Gran Obra Alquímica, y  que Fulcanelli continuaba trabajando; tal eran sus palabras. También me sugirió encontrar un nombre simbólico, que tuviera para mí un significado importante y sólido, reflejando de alguna manera mi intuición espiritual.
Después de haber leído y releído a Fulcanelli, a Canseliet, a Basilio Valentín, y otros alquimistas, comencé a tener una minima noción del trabajo y los símbolos empleados en la Gran Obra. Una noción mas intuitiva que racional, mas espontánea que intelectual. En el Mutus Liber (el Libro Mudo de la Alquimia) solo dos frases pueden leerse, en la plancha  15, leemos “Ora Lege Lege Lege Relege Labora et Invenies (“Ora, Lee, Lee, Lee, Relee, Trabaja y encontrarás”).
Siguiendo este consejo, con el tiempo algunos conceptos y recursos de la cábala fonética, que Fulcanelli identifica con la Lengua de los Pájaros, el Argot, Art Goet o Arte Gótico, fueron siendo realizados en mí. Eugene Canseliet descubre el anagrama, y el valor simbólico del patronímico Fulcanelli,  Fulcán-Elli, es decir, el Vulcano del Sol.
Cierto día, leyendo algún libro, no recuerdo  cual con exactitud, tal vez Historia de la Eternidad de J.L.Borges, encontré una frase en latín, cuya traducción decía poco más o menos que toda nuestra sabiduría y cuanto poseíamos de real, devenía desde la eternidad. Concepto que asimilo a una imagen del Todo, el Uno supremo, la unidad que contiene al infinito.
En latín, desde la eternidad, se escribe Ab Aeterno. Inmediatamente se me ocurrió permutar algunas letras, un anagrama bastante simple se representó en mi mente. Abate Arno, claro que, para ser honesto, descompuse el diptongo latino AE (caesar) en las letras españolas A y E.
El papel de muchos de estos abates, clérigos, normalmente franceses o italianos (según la Real Academia Española), fue importante en muchas ramas de las ciencias; como por ejemplo el Abate Moreux, quien escribiera La ciencia misteriosa de los Faraones.
Por otro lado la palabra Arno, me recordó al río homónimo, que corre por territorio italiano, en lo que otrora fuera dominio de los Etruscos. Para la antigua tradición etrusca, este río era sagrado, de la misma forma que para los hindúes lo es el Ganges, teniendo el mismo valor simbólico.
Recordé entonces, a mi abuelo paterno, que de pequeño me decía que nuestra familia descendía de los Etruscos, de lo cual se sentía muy orgulloso. Motivo por el cual investigue la historia y las tradiciones, muy significativas, por cierto; de este pueblo misterioso, cuyo origen no ha podido ser rastreado, ni siquiera lingüísticamente. Y quienes fueran los verdaderos fundadores de Roma, cuyo quinto rey, Lario Lucio Tarquinio Prisco,  el Viejo, le dio un enorme impulso a la ciudad, convirtiéndola en una pujante metrópoli. En la antigua lengua. Lario significa Señor. Y Tarquinia, justamente, era una de las capitales de la dodecápolis Etrusca, gobernada durante generaciones por  los Tarquinios,  como Lucumones (Dispensadores de Dones, sería la traducción correcta), denominación que llevaban los gobernantes etruscos.
Finalmente, recurriendo a mis humildes conocimientos de la Kabalá hebrea, escribí dicho nombre en esa lengua y obtuve el valor numérico del mismo. Doscientos sesenta y uno. Los dos primeros dígitos, 26, se corresponden con el valor numérico del Tetragrámaton (YHVH), y el tercero digito con el Uno indeterminado, la unidad que contiene al infinito. Con lo cual retornaba al punto de partida, como cerrando un circulo; porque dije antes que comencé considerando a la eternidad como la unidad que contiene al infinito.
Para completar el valor numérico del nombre elegido, la suma de sus tres cifras, da nueve. Inmediatamente me recordó los 9 cielos en la Divina Comedia, de Dante. Y sin dejar de lado el importante valor simbólico de este numero.
Ahondar en mayores detalles, sobre los símbolos y motivos antes referidos, excede en demasía el propósito de esta plancha, que tal vez me atreva a desarrollar en el futuro.
Para mí estos argumentos, son más que suficientes, para fundamentar este anagrama, que representa nuestro origen y nuestro destino. Desde la eternidad, desde allí venimos, y hacia allí vamos.
Por esto solicito se me permita utilizar el nombre simbólico de “Abate Arno”.

Cuando un hombre muere, lo que no pierde es el “nombre”; el nombre es “sin fin” y dado que “sin fin” son, a su vez, los Ángeles Múltiples [vishvêdêvas], gracias al nombre él conquista el “mundo sin fin”» (Brihadâranyaka Upanishad, III, 2, 12).

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